

Dicen que los hechos cambian el mundo, y las palabras solo lo intentan. Alicante Renace nació precisamente de esa convicción: de la necesidad de actuar, de transformar la esperanza en raíces, las ideas en árboles, y los discursos en acciones que dejan huella.
Cada jornada de reforestación, cada familia que planta su primer árbol, cada niño que descubre un insecto o escucha el canto de un mirlo en un bosque que antes era polvo, es un recordatorio de que el cambio real no se decreta: se construye, con las manos, con el corazón y con la voluntad de quienes creen que todavía estamos a tiempo.
A lo largo de los años, he tenido la fortuna de ver cómo Alicante Renace se ha convertido en mucho más que un proyecto. Es una comunidad de personas unidas por un propósito: devolver vida donde la habíamos perdido. Cada agradecimiento, cada sonrisa de quienes vuelven a participar año tras año, cada palabra de aliento de las familias, de las empresas que confían, de las instituciones que apoyan y de quienes simplemente creen en lo que hacemos, son el verdadero motor que nos impulsa.
Nada de esto habría sido posible sin el compromiso de tantas personas: los voluntarios que madrugan los domingos, las empresas que aportan materiales, las instituciones que abren caminos y los técnicos que cuidan los detalles invisibles que aseguran la supervivencia de cada planta. A todos ellos, gracias. Porque cada gesto suma y cada árbol plantado es un voto de confianza en el futuro.
Alicante Renace ha logrado restaurar espacios degradados, proteger suelos, fomentar la biodiversidad y crear vínculos entre generaciones. Hemos demostrado que cuando ciudadanía, administración y empresas caminan juntas, la regeneración no solo es posible, sino inevitable. Pero también sabemos que queda mucho por hacer. Aún hay montes que esperan, cauces que necesitan recuperarse y conciencias que despertar.
Como dijo Winston Churchill, “hacer lo correcto no es suficiente; hay que hacerlo en el momento adecuado”. Y ese momento es ahora. La naturaleza no espera, y nosotros tampoco deberíamos hacerlo.
Por eso seguimos, año tras año, sembrando esperanza, educando, involucrando, y recordando que la verdadera revolución no empieza en los parlamentos, sino en cada persona que elige cuidar. Porque la educación ambiental no es solo enseñar a plantar árboles: es enseñar a comprender que el aire limpio y el agua pura no son privilegios, sino derechos que debemos defender.
Alicante Renace no busca protagonismo, busca continuidad. No es un proyecto personal, es una causa compartida. Pero confieso que cada árbol que crece, cada brote que sobrevive al verano, cada bosque que vuelve a levantarse donde antes había ruinas, me recuerda por qué empezamos: porque creemos que aún podemos florecer.
Y si algo he aprendido en todo este camino es que la naturaleza devuelve multiplicado todo lo que se hace por ella. Por eso, mientras haya personas dispuestas a actuar, Alicante Renace seguirá renaciendo con ellas.
